Por quinta vez
consecutiva, Catalunya ha reaccionado multitudinariamente a la llamada de las
organizaciones independentistas y ha dejado claro en la calle que la mayoría
social está dispuesta a dar el paso que les debe convertir en una república
independiente.
Los que tenían miedo de
un fracaso, o tenían ganas de que fracasase esta fuerza, no han conseguido lo que
deseaban. Porque la gente ha vuelto a demostrar que el independentismo, al cabo
de cinco jornadas, no es ningún “soufflé”. A estas alturas, sólo desde el pesimismo más voluntarista se puede dudar de la enorme consistencia y de la gran coherencia del movimiento hacia la independencia.
Ha llegado el momento de
los resultados. El 27 de septiembre del año pasado los ciudadanos de Catalunya
votaron un parlamento donde los independentistas son mayoría. Y una hoja de
ruta de dieciocho meses que ha de llevar a la proclamación de la independencia.
Si los contamos desde la noche electoral o si los contamos desde la formación
del gobierno, el plazo oscila entre abril y agosto de 2017. Este es el límite; el
resultado de tanto trabajo y de tanto esfuerzo debe hacerse realidad. En
septiembre del 2017 se debe haber superado el marco legal español y debe
haberse proclamado la independencia.
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